La espada del rey de Escocia by Sir Steve Stevenson

La espada del rey de Escocia by Sir Steve Stevenson

autor:Sir Steve Stevenson [Stevenson, Sir Steve]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-25T05:00:00+00:00


5. Las declaraciones del abuelo Godfrey

Poco después de las tres la tarde, Agatha y Larry entraron en la residencia del castillo y corrieron hacia el despacho del director. Saludaron con un ligero gesto a mister Kent, que vigilaba la puerta rígido como un guardia del palacio de Buckingham, y se acercaron a su abuelo, que estaba sentado detrás del escritorio.

Mientras dejaban en el suelo el piolet y las otras pistas, vieron que su abuelo se acariciaba la barba con actitud pensativa y la mirada perdida en el vacío.

—¡Esta gente está loca! —empezó a decir Godfrey Mistery con voz temblorosa—. He interrogado a más de treinta personas, y todos me han dado una versión diferente: ¡han añadido detalles que se contradecían entre sí y se han echado la culpa unos a otros!

El abuelo estaba visiblemente irritado y había perdido su actitud señorial.

—Vayamos paso a paso —lo interrumpió Agatha mientras se sentaba en una pequeña butaca acolchada ¿Has transcrito las declaraciones, tal como te había sugerido?

—Sí —contestó él, y empujó hacia su nieta una libreta que se deslizó sobre la mesa—. Una página para cada invitado: los datos personales, la transcripción de lo que han visto antes de quedarse dormidos y sus hipótesis sobre lo que ha pasado.

—¿Has encontrado elementos comunes? —intervino Larry, voluntarioso—. Es decir, ¿al menos, los testimonios coinciden en algo?

—¿De verdad lo quieres saber? —preguntó su abuelo de forma enigmática—. ¿Estás completamente seguro?

Descolocado por aquella pregunta, Larry abrió los brazos y dijo:

—Ah, bueno, sería un buen punto de partida…

—¡La respuesta es no! —tronó su abuelo, desesperado—. ¡No hay más que un montón de disparates!

Agatha decidió hacerse con las riendas de la situación. Tranquilizo al abuelo Godfrey con un abrazo y empezó a hojear la libreta de las declaraciones. La caligrafía era menuda y estaba llena de florituras, como era habitual antiguamente. Las informaciones estaban registradas de manera ordenada, con una precisión digna de un contable.

—Creo que has hecho un gran trabajo —le agradeció—. Ahora mirémoslo juntos e intentemos descartar los testimonios de poco valor.

—Así es como trabajan los detectives —confirmó Larry, que había recobrado de golpe el optimismo—. Hay que circunscribir las investigaciones al menor número posible de sospechosos.

Agatha dirigió una sonrisa cómplice a su primo y lo invitó a sentarse a la mesa.

—¿Por quién nos aconsejas que empecemos, abuelo?

Más tranquilo, el abuelo Godfrey hojeó la libreta y puso el dedo en una página.

—Este lunático afirma que ha oído un tiro. He enviado a mister Kent a registrar a los invitados y no ha encontrado ninguna arma de fuego.

—Por supuesto, ¿qué sentido tendría? —lo interrumpió Larry—. Dormían todos como lirones. Por eso, el ladrón no tuvo necesidad de recurrir a la violencia.

—Esta mujer, una publicista de nervios frágiles, ha visto un fantasma que caminaba por la sala con la cabeza gacha —informó afligido su abuelo—. Pero ¿cómo puede ser?

—¡El siguiente! —lo cortó Agatha.

—¿Y qué decir del pintor de naturalezas muertas que ha oído aullar a un lobo en la sala? —continuó impertérrito el abuelo Godfrey.

—¡Pues sí que se necesita imaginación! —dijo con tono burlón Larry.



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